El error de la sobreprotección

 

El error de la sobreprotección

De todos es sabido que en la mayoría de personas y culturas, la relación que une a padres e hijos es de un profundo afecto. En nuestra sociedad, ya desde la gestación, procuramos el máximo bienestar del niño. Es nuestro deber como padres el proteger y cuidar a nuestros bebés, así como el mostrarles nuestro amor. El error surge cuando no diferenciamos cuidar de sobreproteger. Nos equivocamos cuando no permitimos que los niños hagan todas aquellas cosas que podrían realizar por su edad, extremo al que llegamos por dos razones principalmente: por querer compensar nuestra falta de tiempo o por miedo.

El poco tiempo que tenemos nos corresponde como adultos el saber gestionarlo. Puede parecer complicado, pero a veces podría resultar tan sencillo como acostar y levantar al niño media hora antes para que él mismo desempeñe tareas para las que está preparado, como vestirse solo, hacer su cama o preparar su desayuno. Educar es formar íntegramente a la persona favoreciendo situaciones que le permitan desarrollar su autonomía. Nuestro deber como padres es conseguir, cuanto antes, que nuestros hijos no sean dependientes. Permitámosles equivocarse. No podrán hacerlo si no los ponemos en situación. Ofrezcámosles la oportunidad de mejorar a través del ensayo. Vayamos retirándoles progresivamente ayudas para que la rectificación de sus propios errores sea su principal fuente de aprendizaje, mostrándoles en todo momento nuestro apoyo, amor y valoración.

El miedo que conduce a la sobreprotección parte de una intención buena, la de que el niño no sufra, que no se frustre. Es tan intenso el deseo de que nuestro hijo sea feliz que tendemos a evitarle cualquier posible conflicto, olvidando que lo realmente interesante es enseñarlo a defenderse, proporcionándole herramientas que le ayuden y exponiéndolo a situaciones en las que deba hacerlo.

La sobreprotección es uno de los errores más comunes en educación. En ocasiones se convierte en obsesiva, con un deseo de control constante por parte del progenitor, que incluso percibe algunas actuaciones normales de abuelos, tíos, amigos o colegio como conductas de riesgo para el pequeño.

Tratemos que nuestro amor nunca asfixie. Confiemos en la capacidad de nuestros hijos. Démosles la oportunidad de aprender por sí mismos. Obviemos nuestros propios miedos procurando controlarlos. Observemos, orientemos, acompañemos, pero sin anular o interferir en el proceso madurativo de nuestros hijos.

Evidentemente que la propia existencia conlleva riesgos. No permitamos que nuestro miedo a ellos, ahogue a quienes más queremos, en lugar de enseñarles a navegar por el maravilloso mar de la vida.

 

Antonia Navarro Cañadas, La Presentación (Granada)

Deja un comentario