Padres empáticos

Padres empáticos

Cuando los padres ofrecen empatía a sus hijos y les ayudan a afrontar sentimientos negativos, como la rabia, la tristeza y el miedo, tienden entre ellos y sus hijos un puente de sinceridad y apego y a la vez enseñan a sus hijos a fiarse de sus propios sentimientos, a regular sus emociones y a resolver problemas acrecentando su propia autoestima además de la seguridad y confianza en sí mismos y en los demás.

¿Qué es la empatía?

Es la capacidad de sentir lo que siente otra persona. Por lo tanto, los padres empáticos, cuando ven a sus hijos con lágrimas, se pueden imaginar qué les pasa, ponerse en su lugar y sentir su dolor. De la misma manera, cuando observan a sus hijos patalear, pueden percibir su frustración y su rabia. Si el padre-madre consigue comunicar este tipo de comprensión emotiva a su hijo, da crédito a su experiencia y le ayuda a aprender y a relajarse.

Dado que los niños no tienen recursos, aprenden pronto de las respuestas de los padres a su malestar, que la emoción tiene una dirección y que es posible pasar de sentimientos de intensa rabia, tensión y miedo a sensaciones de bienestar y de protección/seguridad.

Por el contrario, los niños que no cuidan sus necesidades emotivas, no están en disposición de aprender esto, por lo que, cuando por ejemplo, lloran de miedo o de cólera, sólo experimentan la rabia o el miedo. Como resultado, pueden resultar pasivos e inexpresivos la mayor parte del tiempo. Pero cuando vuelven a estar nerviosos, pierden todo sentido del autocontrol; no han tenido nunca un guía que les transporte de la agitación a la tranquilidad

Los efectos de la empatía

Ser buenos padres implica necesariamente emocionarse y por lo tanto implica ser empáticos, o sea, ser conscientes de las emociones de los hijos, ser capaces de empatizar con ellos, de serenarlos, de ofrecerles una guía para la resolución de sus problemas.

De las investigaciones de John Gottman sobre la inteligencia emocional se extraen interesantes resultados:
Los chavales emotivamente entrenados demuestran mayor capacidad en el campo de las propias emociones en comparación con los no entrenados por sus padres.

Entre estas capacidades está la de regular su propio estado emocional, es decir, estos chavales consiguen calmarse mejor cuando están agitados.

El hecho de obtener mejores resultados en esta parte de la fisiología que entra en juego para volver a la calma y a la tranquilidad, los convierte en más resistentes y menos expuestos a las enfermedades infecciosas; consiguen concentrarse mejor, estar más atentos, a relacionarse más satisfactoriamente con los demás, incluso en las situaciones socialmente dificultosas típicas de la infancia, como cuando son provocados y fastidiados y ser demasiado emotivos es una debilidad y no una fortaleza.

Consiguen comprender mejor a otras personas; establecen relaciones de amistad más sólidas con sus compañeros; son mejores en su rendimiento académico.

Por lo tanto, la llave para ser buenos padres con éxito respecto a sus hijos, no se encuentra en teorías complejas, en reglas familiares enrevesadas o en reglas férreas de comportamiento; la llave se encuentra en los sentimientos más profundos de amor y de afecto por los hijos, y se demuestra simplemente, a través de la empatía y la comprensión.

Fco. Javier

Colegio de Linares

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