La confesión sin miedos ni temores
Podemos hacernos diferentes preguntas. ¿Por qué esos nombres?, por ejemplo o ¿qué significa la palabra penitencia?, para comenzar. Y seguramente que también alguna vez hemos pensado ¿por qué tenemos que confesarnos con un cura si podemos entendernos directamente con Dios?, ¿de qué sirve este sacramento si sabemos que Dios es misericordioso y nos perdona?, ¿qué valor tiene en la vida cotidiana?, y posiblemente muchas más.
Pero sin duda hemos de tener claro que se trata de un sacramento entrañable. Es cierto que en la Eucaristía recibimos a Jesús, todo él, en nosotros, con todo lo maravilloso que eso significa. Pero en este sacramento somos nosotros los que acudimos a Él, al amigo fiel, al amigo eterno que nos acoge con brazos de padre misericordioso, y nos dejamos llenar de su paz, de su ternura, cuando a veces estamos perdidos pero queremos responder a su llamada a ser como Él nos quiere.
Y de ahí su nombre peculiar, variado. La palabra penitencia viene directamente del latín, poenitentia, y del griego, metanoia, y significa cambiar de opinión, cambiar de sitio todo el mundo interior. Refleja, por tanto, ese cambio de sentido que damos a nuestra vida y nuestras acciones cuando nos encontramos desviados de Dios. Por eso también el nombre de reconciliación o de perdón, pues reflejan la vuelta, la amistad que se reconstruye, la intención que se endereza, y el apoyo que para ello recibimos, el perdón, justo en el momento en que se acepta, en el que de corazón se lamenta lo que hemos hecho mal.
Este sacramento permite experimentar de manera física, cercana, lo que vivimos interiormente, la amistad, lo bien que podemos llevarnos con Dios. De ahí la frecuencia con que puede darse este sacramento en la vida cotidiana, incluso en ausencia de graves pecados. Pero también, cuando estos se dan, Jesús, en el episodio de la Samaritana, nos muestra su cercanía. ¡Cómo le diría a ella, con qué naturalidad, “no tienes marido”, que ella ni siquiera se sintió ofendida, al contrario se asombró diciéndole “veo que eres un profeta”! y estableció con Él una relación de confianza y de amistad pudiendo contarle sus problemas ya que Él en ningún momento se afectó, ni la juzgó, ni la trató mal. Y lo mismo ocurre en el episodio del “hijo pródigo”, Dios, como el padre aquél, va al encuentro de cada uno de sus hijos, aún cuando éstos dejen mucho que desear, y como dice el evangelio “lo devoraba a besos”.
Sin embargo, Jesús en su sabiduría pudo comprender nuestra debilidad, incluso para el bien, y aún cuando Él nos perdone tras nuestro arrepentimiento sincero, gratuitamente, Él sabía bien que nosotros podemos muchas veces autoengañarnos o incluso minarnos psicológicamente con miles de dudas: “¿estaré arrepentido de verdad?”, “¿no me estaré engañando?”, “si vuelvo a meter la pata será que algo estoy haciendo mal”, “¿seré mala persona?”,… y precisamente por esto nos dejó el camino: confesar con sus enviados, “a los que perdonéis los pecados les quedan perdonados, a los que se los retengáis les quedan retenidos”. Podemos celebrar así el perdón de Dios, pero también nos da la tranquilidad de que si alguien, enviado por Él, en su nombre, nos da paz, podemos hacerle caso porque realmente Él está ahí refrendando su palabra.
Celebramos, por tanto, en este sacramento, el llevarnos bien con Dios, vivir en su amistad, y también la tranquilidad de que Él nos acoge y perdona sin lugar a dudas, ¿puede haber mayor motivo de satisfacción?, creo que no. Gracias a Él por ello.
Mayte Recio