¿Tengo un hijo caprichoso?
Muchas de mis tutorías giran en torno al niño caprichoso, a sus enfados, a sus demandas. Promoción tras promoción, los padres me expresan su impotencia, sus dudas, sus miedos y su desesperación al no saber cómo proceder ante los continuos enfados, caprichos o exigencias de sus hijos. Estamos acostumbrados a satisfacer las necesidades de nuestros hijos desde la cuna: comida, pañal, bebida,… Es natural, instintivo y humano el atender a todas sus demandas. El problema surge cuando el niño se percata de que siempre las satisfacemos y empieza a demandar más allá de sus necesidades reales. La situación se agrava cuando nosotros cedemos a sus exigencias demostrándole, implícitamente, que siempre somos capaces de complacerle. Él lo asume, lo convierte en su modus vivendi y cada vez se vuelve más exigente.
La solución está en la prevención. Los niños están en un continuo proceso de aprendizaje desde su nacimiento. Es fundamental que seamos conscientes de la necesidad de educarlos desde las primeras etapas siendo constantes y sabiendo lo que queremos. A veces cedemos a sus exigencias por prisa o puro agotamiento. Debemos ser capaces de parar o sobreponernos y decir no en el momento adecuado. Nuestro «NO» debe ser rotundo siempre, más aún , si el capricho se nos está exigiendo con gritos, llantos o rabietas. Cuanta más contundencia y seguridad mostremos en nuestra respuesta, más rápidamente erradicaremos esta conducta. Los niños tienen un sexto sentido para percibir nuestra debilidad. Mostrarnos pusilánimes o complacientes es demostrarles que han ganado la batalla y hacer que sus caprichos vayan a más. No es necesario entrar en discusión. Basta con hacerles ver que por ahí no vamos a pasar e ignorar toda pataleta posterior. Ellos actúan por causa efecto. Demostrándoles en repetidas ocasiones que sus llantos no tienen ningún efecto en nuestra primera decisión, no volverán a recurrir a ellos para presionarnos.
No cometamos el error de ceder a sus caprichos, sobre todo si hemos dicho que no previamente. Su insistencia y, peor aún, su pataleta, no deben ser motivo para que cambiemos de respuesta. Si tenemos una norma establecida es para que se cumpla. No tiene ningún sentido haber impuesto límites para incumplirlos nosotros mismos por su actitud persistente. Por supuesto que ellos deben opinar y sus razonamientos deben ser valorados y tenidos en cuenta, pero una vez establecido el consenso, no podemos echar atrás.
Por Antonia Navarro, La Presentación Granada.