¿Tengo un hijo caprichoso?

caprichoso

¿Tengo un hijo caprichoso? 

Muchas de mis tutorías giran en torno al niño caprichoso, a sus enfados, a sus demandas. Promoción tras promoción, los padres me expresan su impotencia, sus dudas, sus miedos y su desesperación al no saber cómo proceder ante los continuos enfados, caprichos o exigencias de sus hijos. Estamos acostumbrados a satisfacer las necesidades de nuestros hijos desde la cuna: comida, pañal, bebida,… Es natural, instintivo y humano el atender a todas sus demandas. El problema surge cuando el niño se percata de que siempre las satisfacemos y empieza a demandar más allá de sus necesidades reales. La situación se agrava cuando nosotros cedemos a sus exigencias demostrándole, implícitamente,  que siempre somos capaces de complacerle. Él lo asume, lo convierte en su modus vivendi y cada vez se vuelve más exigente.

La solución está en la prevención. Los niños están en un continuo proceso de aprendizaje desde su nacimiento. Es fundamental que seamos conscientes de la necesidad de educarlos desde las primeras etapas siendo constantes y sabiendo lo que queremos. A veces  cedemos a sus exigencias por prisa o puro agotamiento. Debemos ser capaces de parar o sobreponernos y decir no en el momento adecuado. Nuestro «NO» debe ser rotundo siempre, más aún , si el capricho se nos está exigiendo con gritos, llantos o rabietas. Cuanta más contundencia y seguridad mostremos en nuestra respuesta, más rápidamente erradicaremos esta conducta. Los niños tienen un sexto sentido para percibir nuestra debilidad.  Mostrarnos pusilánimes o complacientes es demostrarles que han ganado la batalla y hacer que sus caprichos vayan a más. No es necesario entrar en discusión. Basta con hacerles ver que por ahí no vamos a pasar e ignorar toda pataleta posterior. Ellos actúan por causa efecto. Demostrándoles en repetidas ocasiones que sus llantos no tienen ningún efecto en nuestra primera decisión, no volverán a recurrir a ellos para presionarnos.

Como prevención, es conveniente también hacerlos esperar. Si se acostumbran a tenerlo todo a la voz de ya, sus demandas se incrementarán, así como su intolerancia a la espera. Debemos hacerles sentir inmensamente queridos, pero al mismo tiempo hemos de demostrarles que no son el centro del mundo. Nuestra familia está formada por diferentes miembros y cada uno de ellos tiene unas necesidades distintas. Cuando ellos quieren jugar, nosotros podemos necesitar descansar o hablar por teléfono. Es el deber de todos el intentar satisfacer a los demás. Ello conlleva el saber esperar y el no dar prioridad siempre a la misma persona. Acudir al primer reclamo es un error considerable. Hagamos que esperen y expliquémosles por qué han tenido que hacerlo. Puede ser sencillamente por una cuestión tan habitual como la falta de tiempo, pero también para ofrecerles la posibilidad de resolver por sí mismos lo que reclamaban.

Los niños son capaces de entender y razonar mucho mejor de lo que solemos pensar. Lo único que necesitan es argumentos sólidos y que pongamos una alta dosis de cariño al explicárselos.

No cometamos el error de ceder a sus caprichos, sobre todo si hemos dicho que no previamente. Su insistencia y, peor aún, su pataleta, no deben ser motivo para que cambiemos de respuesta. Si tenemos una norma establecida es para que se cumpla. No tiene ningún sentido haber impuesto límites para incumplirlos nosotros mismos por su actitud persistente. Por supuesto que ellos deben opinar y sus razonamientos deben ser valorados y tenidos en cuenta, pero una vez establecido el consenso, no podemos echar atrás.

Nuestras normas han de ser expuestas de formas clara, teniendo en cuenta que para que una orden o instrucción sea eficaz tenemos que darla en un momento óptimo, sin repeticiones tediosas, pero asegurándonos de que ha sido entendida. Es Importante, del mismo modo, establecer y cumplir  las consecuencias para una posible desobediencia.
Cuántas veces cedemos a sus caprichos por miedo. Miedo a que se enfade, miedo a que la líe. Enseñémosle, por el contrario, a manejar ese enfado de forma tal  que la ira no se apodere de su persona. Ellos mismos no soportan ese sentimiento. La rabieta hace que se sientan fatal, que se sientan como niños malos. Inculquémosles que no son malos,  que los queremos, que sólo se han equivocado, como todos nos equivocamos,  y que aprendan a permitirnos ayudarlos. Que la comunicación sea clave para que entiendan lo que les ha pasado y para que analicen sus consecuencias.  Pongámosles palabras a sus sentimientos. A ellos a veces les faltan.
El niño bien educado no es caprichoso. El niño bien educado aprende a ser generoso, a valorar a los demás y a apreciar su esfuerzo. Se desprende de él una actitud de respeto, agradecimiento y tolerancia que como educadores nos reconforta.

El niño educado no nace, el niño educado se hace.
Si quieres que el tuyo lo sea. Hazlo.

Por Antonia Navarro, La Presentación Granada.

El blog de la seño Antonia

Deja un comentario