ERASE UNA VEZ, DIMINUTA Y GRANDULLÓN
Érase una vez, una pequeña niñita a la que todos llamaban Diminuta. Vivía en un lugar muy hermoso, rodeado de montañas, en un pueblecito donde ella y su gran familia (porque todos los habitantes del pueblo formaban una familia) vivían en paz. Cuidaban de la tierra y los animales que habitaban en ella, tratando siempre de que todos y cada uno de ellos se sintiesen amados y felices. Este era el trabajo más bonito del mundo, y el que más le gustaba a la pequeña Diminuta.
Sin embargo, había algo de lo que nunca se hablaba en el pequeño pueblo de las montañas. No muy lejos de allí existía otro poblado, al que llamaban el valle de los Enormes. Los Enormes eran seres de un tamaño descomunal, cuerpo rectangular, brazos y piernas rectangulares y grandes ojos negros. Allí vivía Grandullón, que era uno de ellos. Los Enormes gustaban de cantar y bailar cada día, pero sus bailes y cantos eran tan ruidosos y estruendosos , que los habitantes del pueblecito, habitualmente silenciosos y delicados, no podían soportar. Se asustaban mucho y siempre pensaban que un día la tierra se partiría en dos a causa de los ruidos de sus vecinos del valle.
Diminuta y Grandullón tenían algo en común, y eso era su curiosidad…y también un sentimiento que ambos tenían en el corazón, de que algo les faltaba. Un día los dos salieron a pasear, cada uno por su camino, cada uno en sus pensamientos y sin saberlo, ambos se sentaron a cada lado del Gran Árbol que marcaba los límites de sus respectivos hogares. Los dos apoyaron sus cabezas en el grueso tronco del Gran Árbol las manos en las hermosas y fuertes raíces que sobresalían del suelo.
Entonces sucedió algo inesperado. Diminuta sintió un calor muy especial en las manos, un calor que subió por sus brazos y llegó hasta su garganta. Grandullón sintió un calor muy especial en las manos, un calor que subió por sus brazos y llegó hasta sus ojos y oídos.
Y Diminuta comenzó a cantar en voz muy alta, casi en un grito. Comenzó a cantar de forma que nunca había hecho, sin cuidado ni delicadeza. Y se sintió muy bien.
Y Grandullón comenzó a mirar a su alrededor con otros ojos, y sintió la necesidad de parar de cantar y saltar, para observar y escuchar a su alrededor. Y se sintió muy bien.
Esa noche, Diminuta y Grandullón soñaron el mismo sueño. Soñaron con una llave mágica, que abría cualquier puerta que estuviese cerrada, por muy difícil que fuese.
Pasaron muchos años, y casi cada día, Diminuta y Grandullón acudían sin verse a la cita con el Gran Árbol y recibían su energía. Entonces ella cantaba, y él observaba y escuchaba. Y casi cada noche, ambos abrían puertas cerradas de casas encantadas, castillos y palacios, sótanos y balcones…
Hasta que un día, acariciando la hermosa y fuerte raíz del Gran Árbol, la pequeña mano de Diminuta y la enorme mano de Grandullón se encontraron, y el calor se hizo mucho más intenso. Sin mirarse, Diminuta cantó mas alto que nunca, y Grandullón escuchó por primera vez el sonido del Universo. Y ambos se sintieron muy bien.
Esa noche, ella abrió la puerta de un enorme corazón, y él, la puertecita de un corazón muy pequeño. Y por primera vez… se encontraron.
FIN
Beatriz Cabo Tártalo. Maestra de Ed. Infantil. Madrid